lunes, 22 de septiembre de 2008

Prólogo

Esta historia comienza un frío día de invierno, en una ciudad como Jerez de la Frontera. La navidad estaba al caer, así que los centros comerciales se veían más abarrotados que de costumbre.
Árboles decorados con bolas, guirnaldas y luces de colores adornan los hogares, que esperan con ilusión esa noche mágica que es la noche de los tres Reyes Magos. Los niños escriben con fe sus cartas, cargadas de deseos, pidiendo regalos. Nuestro protagonista tiene quince años, es más o menos normal en todo. Su nombre es William Brown, un nombre poco común en Jerez. Es el hijo de un señor londinense, Jonathan Brown, y de una mujer jerezana, Lucía Gil. William Brown, Will para los amigos, era físicamente alto y delgado. Un chico muy común. Su pelo negro era largo, el flequillo le tapaba la frente y algo de los ojos, marrones oscuros. Su tez era ligeramente pálida. Resultaba bastante atractivo.
William era una persona amable y muy social, siempre rodeado de amigos. Todas las chicas se desvivían por él. Y a Will no le gustaba ese rollo del amor, lo veía una estupidez y una pérdida de tiempo. Solía optar por la lectura, los estudios, la música... Siempre tenía algo interesante que contar, palabras inteligentes con las que siempre daba consejos. A las jóvenes le encantaba pasar el tiempo con él, aunque no fuese más que un segundo. Inteligencia, amabilidad, misterio... Esas tres palabras definían con exactitud la personalidad de nuestro protagonista. Aquella gélida tarde avecinaba tormenta, y no precisamente ése fenómeno meteorológico en el que llovía a cántaros, caían rayos y era sinónimo de tempestad. No, era algo más, y todos lo notaban. Un simple suceso, que se desarrollaría en un lugar tan lejano que no se podía medir en distancia, cambiaría la vida de miles de personas, de todo un universo. William había quedado con sus amigos para dar un paseo. Salió de su casa y se dirigió al parque que había abajo.
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Esta historia empieza un frío día de invierno en un lugar llamado Holdsvack. Holdsvack, gobernado por la álgida reina Palmira, era posiblemente el reino más importante del Continente Meridional, aunque otros apostasen por Lamurda. Este lugar de aspecto medieval era habitado por todo tipo de seres:
Los elfos, criaturas audaces de orejas puntiagudas. Habitan en los bosques. Se dice que son inmortales, pero no invencibles.
Los enanos, pequeños hombrecillos barbudos con una gran fuerza. Viven en las minas y adoran el mundo de los minerales y la orfebrería.
Los magos, cuya sabiduría se dice que es inalcanzable. Dominan el poder de la magia, ya sea defensiva (magia blanca), ofensiva (magia negra) o ambas. Los archihumanos, personas mezcladas con otra raza. Así como mujeres perro u hombres gato.
Y muchas otras criaturas, pero éstas son las más frecuentes en el mundo de Worgon. Worgon era un lugar tan complejo... Sin tecnología y sólo guerras para solucionar los conflictos (algo también muy frecuente en nuestra dimensión). Aunque en Worgon no existían las armas de fuego. Pero aún así, lo que en nuestro mundo parece imposible o simplemente irreal, allí podía suceder. Desde unas flores que curasen cualquier herida hasta unos colmillos con los que poder invocar a un dios dragón, pasando por gnomos, invisibles para todos excepto personas de corazón puro, gigantescos y mortales alacranes venenosos...
Una chica de piel pálida y larga y cuidada melena de color rosa metálico cruzaba corriendo por un pasillo, parecía estar huyendo. Eran preciosos sus ojos de color azul eléctricos. Llevaba puesto un vestido blanco sin mangas, mostrando sus hombros y muy corto, que enseñaba también sus largas piernas armoniosas. También calzaba unas botas marrones de hebillas metálicas, que le rozaban las rodillas. Guantes negros sin dedos vestían sus delicadas manos, y una larga capa roja le arrastraba por el suelo. La joven debía tener unos dieciséis años.
Corría asustada por un largo y estrecho pasillo, de un aspecto algo futurista. Tanto las paredes como el techo y el suelo estaban cargados de un color azul marino, daba la sensación de estar flotando en el espacio. Era un lugar infinito, inacabable. Ningún cuadro lo adornaba, y no había ni siquiera una alfombra que vistiese elegantemente aquel magnífico lugar. Todo lo contrario, estaba desierto. De repente se paró en seco y pronunció las siguientes palabras:
- Muéstrate, puerta entre dimensiones.
Su voz suave y melodiosa definía la desesperación de un pescador cuando se le escapa un pez, una intranquilidad en la paz. Y se abrió un agujero negro en un lado de la pared, por el cual la chica cruzó sin pensárselo.
Acto seguido, otra persona corría por el mismo camino. Parecía estar buscando a alguien desesperadamente, como si su vida dependiera de ello.
- ¡Princesa! ¡Princesaaa!
Nada.

4 comentarios:

Admin dijo...

Muy interesante el inicio. Por aquí estaremos al pendiente de cómo va la historia.

Un saludo!

Mei dijo...

Hola! :) Pues parece interesante, creo que nos has quedado con la intriga. Espero que siga así :) Besos.

Mei dijo...

Vaya...Lo que querías era dejarnos con la intriga, no? :P Bueno, pues suerte. Besos.

Admin dijo...

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